Ya no nieva como antaño. Tampoco llueve igual que antes. Ni las cosas duran tanto como lo hacían. No duran los televisores, ni los frigoríficos, ni las lavadoras, ni los zapatos. No duran los amores, amor mío. Por eso no me ha extrañado verte esta tarde bajar las escaleras, subida muy alta, como una diosa antigua, sobre tus tacones, prolongados hacia arriba en la línea posterior de las medias. Escoltada por ese otro que ha venido a buscarte, te ha besado en los labios y ha cogido tu maleta. Muy educadamente me ha sonreído. Y muy amablemente yo he cerrado la puerta sin hacer casi ruido. Me he quedado pegado a la mirilla, viendo cómo caía la nieve en el rellano y asomaba un extraño y antiguo paisaje por el hueco de la escalera.
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CONTEXTUALIZACIONES:
– Especialmente nada, muchachos
– nada posee una finalidad, nada agota su fuego…
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