baigneuses_1918

 

 

 

                Pablo Picasso. 1918 —-> ver en el Museo Picasso de París

 

 

 

 

 

 

 

 

Sé que era ella. El color del pelo diferente. Las facciones algo más henchidas quizás. Han sido dos segundos. Eran sus ojos, de eso no dudo. Y era su gesto, dedicado, en mitad de la inaudible conversación, al hombre que a su lado ascendía por la escalera mecánica, mientras yo descendía, bajando de inmediato la mirada para no tropezarme con el tiempo transcurrido. El hombre que ahora ascendía a su lado por la escalera del centro comercial la acompañaba siempre por entonces a casa, en su versión de chaval desenfadado, al acabar las largas tardes en la piscina, a donde la venía a buscar tras el trabajo. Con el rabillo del ojo ambos hemos seguido las líneas de nuestras trayectorias opuestas. Nunca diremos nada. Ni siquiera he pensando qué le habré parecido, pasando junto al mío, de repente, su tiempo, el de ella. Escaleras del tiempo. Ella llevaba un peluche en sus manos, envuelto para regalo. Y yo la amé todas las tardes de aquel verano en que la enseñé a nadar.

 

 

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