Contra las calles rebotan las pocas cosas que me importan.
Las coloreadas cristaleras irrumpen en mi vida,
defienden el paso de las estaciones,
mientras en este deambular perdido
renacen en mi mente todas las ciudades que he amado.
Me ahuyenta de los centros comerciales
el monótono silencio de su música,
y las bolsas repletas de desdén apenas valorable
en un rebujo ordenado de objetos inservibles
que te golpean, sin perdón y con descaro.
Cae la tarde. Después de un paréntesis de ojos cerrados y cafés,
camino alrededor de un punto suspensivo,
siguiendo las manecillas del sol en las paredes y terrazas.
Me gusta el sol del invierno de frente, cegándome los ojos.
Recuerda un poco a tus dedos cuando me acaricias.
Esos que me hacen girar en la noria de tu deseo
y me obligan a nombrarte a menudo en este noviembre,
como la única esperanza que me queda
de que al final hoy sea un buen día en alguna de las ciudades
que he amado.
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