ch_lera_espejo

Ilustración: Chema Lera© 2009

 

 

Ya no soy la que era. En serio. No es una mera forma de hablar, una frase hecha. ¡Ah, ya sé, dirán ustedes que ese pensamiento está en boca de cualquiera que haya llegado a la treintena! Y se diría que yo la rebasé hace ya bastante tiempo. ¿Declararé mi edad? Ni yo la sabría, si no fuera por el esemese que el ex marido de la que fui me envió ayer, para fastidiar, entiendo. Ese mensaje me convirtió de repente en una anciana de más de cien años. ¡Qué cansancio y qué pereza! Hace unos días ella le hubiera respondido: ¡Que se te folle un pez, número equivocado! Y él hubiera mandado una de esas fotos de guarradas que almacena en la memoria. Y ella, después, hubiera acabado hecha unos zorros llorando a mares frente al espejo-cueva, y luego se habría levantado del sofá y estirándose bien la camiseta del pijama, hubiera cruzado el cristal y se hubiera preparado un mojito para que se le pasase el mal rato, tal como solía hacer al principio de su separación, cuando todo volvía a ser posible. El mojito, de todas las maneras,  me lo preparé igual, según la receta que le recomendó a ella, en La Habana, Bernabé: de importancia extrema dejar reposar un tiempo prudencial la hierbabuena en el limón. Con Bernabé bailó, para darle celos a él –qué boba,- en Tropicana. Luego el barman bailarín le escribió en un cuaderno rojo la receta y le apuntó su dirección. Un recuerdo para toda la vida, si no fuera porque esa vida ya no es la mía. La receta del mojito, la dirección a la que no acudió, y el impresentable de su ex marido son de lo poco que me queda de la otra que fui antes de la transformación. Yo estaba tan bien, hasta ayer. Hasta el esemese de su ex marido acordándose puñeteramente de la fecha de mi cumpleaños, en plan llorica: hoy es tu cumpleaños y te echo de menos; tuvimos buenos ratos y no digas que no nos quisimos. ¡Ay, qué ganas de darle una buena bofetada! En plan llorica…, después de tantos cuernos  y cuernillos y de haberla tratado como a una lámpara.  Ella ya había restringido sus llamadas. Pero el colega se ha cambiado de móvil.  Su mujer quizá se lo habría imaginado. Yo no lo esperaba y el mensaje me cogió brutalmente a traspiés, mano que cruza el espejo y tira de mí hacia el tiempo que ya no es, hacia lugares que caducaron. Pero la transformación no es reversible. Y toda transformación precisa espacio diferente y tiempo nuevo para encarnarse. Por eso el esemese de ayer me ha aterrorizado, porque yo ya no soy la que era. ¿Cómo leerlo sin estremecerme de espanto? No puedo atravesar el espejo hacia atrás. Si lo hago caería en un impresionante, infinito, interminable, innombrable agujero negro.

 

         ¿Qué cómo empezó el cambio? Un día que estaba tirada en el sofá, creo yo, hace un tiempo ya, un poco antes de que ellos se separaran. Miraba un programa de esos de reality en la televisión, porque era incapaz de ninguna otra cosa que no fuera pensar en que ya no conducía a ningún lado la vida con él y estaba muy triste, aunque supiera que necesitaba el cambio. Primero ocupé un lugar muy pequeño, en el rabillo del ojo, un buen sitio desde donde mirar sin ser vista. No quise asustarla al principio, ni que él se diera cuenta de mi presencia, pues temía que me aplastara de un manotazo y se frustrara la transformación. Lo más incómodo era la noche, las horas en que ella dormía, porque con los ojos cerrados yo no tenía mucho espacio y tendía a resbalarme hacia fuera, como una lágrima. Menos mal que no dormía tanto como yo ahora, que debo dormir un mínimo de nueve horas si quiero mantener impecables los efectos de la transformación. Al cabo de unos días supe que podía extenderme sin riesgo, por dentro de su cabeza, hasta el oído. Ya noté entonces que el proceso estaba en marcha y no tenía vuelta atrás, porque mientras desayunaba por las mañanas y, a toda prisa luego, hacía las camas, se duchaba, se vestía y se metía en el ascensor con el loro en la oreja, prestaba especial atención a la publicidad de Corporación Dermoestética; la veía mirándose al espejo del ascensor imaginándome. Así pude crecer y al cabo de dos semanas, más o menos, ya me había adueñado de su cabeza enteramente, su cerebro pensante/sintiente incluido. Había empezado a no ser la que era. Pero eso no quiere decir que fuera realmente consciente de lo que estaba sucediendo. Aunque es cierto que por aquel entonces comenzó a mirar de una manera diferente a los hombres por la calle. Y al mirarlos vio que a ella también la miraban más veces de lo que hubiera sospechado. Y algunos eran guapos y hasta jóvenes. Antes no miraba nunca al frente. Timidez, decía. Uno de eso días, al volver a casa y desnudarse para meterse en la ducha, mientras la observaba en el espejo del baño cómo recolocaba sus pechos, que ya tendían a no estar en su sitio de siempre, y cómo remetía el vientre poniéndose de perfil, fue cuando le dije: estás bastante bien, mujer. Su boca era mi boca, nuevamente dispuesta a la aventura y en las yemas de sus dedos noté mi piel de veinticinco años y atravesé el espejo. Aunque ya no soy la que era.

 

         Han sido meses en los que yo y la que yo era hemos intercambiado secretos y sabidurías para poder llegar al final de la transformación en buenas condiciones. La oruga ya conoce cómo será la mariposa, cuando teje su crisálida. Meses relativamente felices, a pesar de que el ex marido es un pesado de tomo y lomo. Es lo único de ella que todavía me acobarda y me paraliza. El ex marido es un bobo, insufrible pero inofensivo. Un sinsustancia. Aunque ejercita una venganza insoportable. Lo hace como los niños, haciéndose el niño, con llamadas y mensajitos machacantes que se hacen intolerables. Y está claro que no me dejará en paz. Ayer tuve la certeza. El pulsa las teclas del teléfono y se pone en marcha una corriente eléctrica que me paraliza. Como también lo hacía en ella su voz arrebolada. Siempre la misma entonación, dedicada a desarmarla. Me protege el espejo, pero el espejo es frágil. Y aunque yo ya no soy la que era, ella sigue habitando en mí. Por eso es él todavía poderoso, aunque yo le desprecie, aunque ni huella quede de su aliento en mi piel renovada, transformada.

 

         No hay, pues, más remedio. No elegí el camino de la transformación. Sucedió como en un cuento infantil, por suerte y por casualidad. Pero el guión exige ceñirse a la aventura y concluirla con valor, vencer el miedo y demostrar que siempre se camina hacia delante. Uno más uno, dos. No hay lugar para mirar atrás, bien cierto que es. No habrá más mensajes ni llamadas del dragón. Le hice un arreglito a mi cuerpo en el quirófano. Reuní la decisión de escribir a la dirección del cuaderno rojo. Ya sólo resta desconectar el teléfono fijo, cambiar de móvil, de correo electrónico y volar. Seré una mujer-pájaro y hablarán de mí todos los viejos conocidos con asombro. Es posible que en la dirección del cuaderno rojo no haya nadie. Lo sé. Y no es que importe mucho. Porque aunque palpo mi piel de veinticinco años, tampoco yo soy ya  la que era. Al fin y al cabo tengo ya más de cien.

 

  (Second Life fue publicado en El Cronista de la Red, v.15.o)  

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————————————– Contextualizaciones: 

Mujer-pájaro

Espejo

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