El teléfono estaba abandonado sobre el banco de madera del vestuario. Cuando he salido de la ducha, ya no quedaba nadie. El altavoz anunciaba que el gimnasio cerraba en diez minutos. Así que me he dado prisa en vestirme, aún a medio secar, pensando en si la dueña del móvil alcanzaría a regresar a buscarlo. Es imposible que no se dé cuenta, me decía, de que lo ha perdido. Si suena, lo cojo, y a quien llame le digo que le avise de que lo dejo en recepción. No, no lo cojo, aunque suene, no llamo a ningún número de la agenda para que le digan, lo dejo en recepción y basta, a mi qué me importa si se da cuenta o no. Ya lo buscará. La noche es cálida, pero el pelo mojado me hace sentir un poco de fresco al salir a la calle. Un poco más y no me doy cuenta de lo que en realidad estaba pasando. Pero al fin había llegado a tiempo de cambiar el móvil abandonado en el banco por el mío, justo unos segundos antes de que desde el baño hubiera oído a la otra, que ya ha empezado a ser yo, entrar en el vestuario apresuradamente y coger mi teléfono que he dejado en el banco blanco de madera, llevándome el suyo. En la misma puerta del gimnasio he sabido que ahora me llamo Laura. Me gusta. Y la voz de mi nuevo novio, también. Mañana he quedado a la salida del gimnasio con él. Así me acompañará a casa y sabré dónde vivo y poco a poco mi vida y la de ella cambiarán.

 

  

 

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¿Qué supone tomar una decisión?

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