Margarita fumó su cigarrillo, miró a su alrededor- puso su blusa en orden y caminó tan hermosa que él tuvo que esperarla para siempre.
Dura la caricia lo que el tramo breve de la sombra al mediodía. Margarita lo sabe: en la estrecha calleja medieval no alcanza el aire sobre los puentes trepa la humedad y florecen los antiguos palacios desollados. Donde cesa la lluvia comienza el horizonte, termina la ciudad -(de nuevo la ciudad), lamida por mil lenguas que el mar devora.
Margarita sonríe. Demasiada belleza para el hombre que deja su maleta en consigna, mira a su alrededor y entretiene sus manos en un juego sin fin de cigarrillos. Margarita lo sabe.
Es una vieja, muy vieja película. La belleza de ahora fue en otra historia de otra forma contada tan sólo ostentación que el tiempo melancólico y estúpido desgasta y enaltece. Vestida como un escaparate Margarita sonríe. Margarita lo sabe.
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2 comentarios
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mayo 2, 2010 a 7:37 am
Ybris
Pasaba por esta belleza una vez más, empujado por tu cita de hoy en tu blog.
Me pareció injusto que esta vez no dejara huella de mi paso.
Y no sé bien por qué.
Quizás sea agradecimiento.
Acaso una rara empatía inexplicable.
Besos.
mayo 2, 2010 a 3:21 pm
Luisa
Muchas gracias, Ybris, y evidentemente la empatía es siempre o casi inexplicable, por eso suele ser tan real.
Un beso